martes, 26 de julio de 2016

Payadora de emociones


Así me encuentro hoy, improvisando versos cual si fuese una payadora. Me despierta un sin fin de besos de mi perro, algo que extrañaba mucho en estos días. Alejo al sueño y me decido a caminar bajo la lluvia. ¡Qué día! Viento, agua, frío y yo bajo un paraguas tosiendo ansiedad. Quería saber si la energía de las vacaciones me serviría como amuleto de la suerte en la gran ciudad.

Me ví obligada a tomar un taxi. Las gotas habían mojado todo mi pantalón y mis pies estaban helados. Lo primero que me dijo el conductor fue que había cerrado mal la puerta del vehículo. Nunca me saludó. Con una sonrisa gigante le dije: “¡buen día! voy al 4500”. Hicimos cinco cuadras y solo emitió siete palabras: “no puedo parar de la mano izquierda”. No sé qué era, pero hasta a través del espejo retrovisor se reflejaba el mal humor del conductor. Pagué y me bajé en la esquina, caminé otra vez bajo la lluvia y llegué a mi destino.

En la sala de espera me puse a escuchar música, nadie hablaba. Detrás de una puerta se podía escuchar el horrible sonido del torno. En un momento, empezaron las quejas. Emociones encontradas por la espera y el abandono de los dentistas. Viejitas que sufrían el quiebre de implantes, niños cariados y hombres sensibles a las placas dentales. ¿Qué hacía ahí esperando? Podría haberme quedado un rato más con mi caballero negro.

Llegó mi turno, una especie de galán de novela me atendió. La sensación que tuve fue que el tipo no sabía nada. Últimamente mi boca está llena de caries, hasta en el espejo del baño las puedo ver. El muchacho dijo que todo estaba bien. Me recomendó pagar un monto exorbitante de dinero por una ortodoncia mentirosa. No le creí nada, pero con mi mejor sonrisa le dije: “lo voy a pensar, gracias”.

Salí hacía el trabajo. En el colectivo me topé con mil caras largas. ¿Será que no me quiero dar cuenta que el mundo está muy mal?, ¿Por qué ya no podemos sonreír?. Y pareciese que fuese como dice Víctor Heredia en aquella canción, que estamos todos frente al peligro sobreviviendo. A mi me pasa que veo todo al revez. Que si uno duerme, yo activo. Si uno insulta, yo me río. Si uno muere, yo revivo. Si uno llora, yo le canto. Si uno empuja, yo lo abrazo.

Terminada mi jornada laboral, llegué a mi casa. No pude contener mis ganas de volver a salir. Tomé la correa, su collar y partimos juntos. El caballero negro aleteaba su cola cual si fuese un helicóptero. Canté todo el camino. Respiré alegría y volví a cantar. El cúmulo de emociones desbordaba en cada uno de mis pasos. Sólo quería empaparme de la noche y las estrellas, de la fría brisa que inundaba la ciudad, de los sueños perdidos de aquellas personas que todavía ven todo parecido a mí, al revez. 

Hoy estoy aquí, escribiendo emociones. Alejando todo lo que me hizo alguna vez mal. Sacando afuera el pasado gris que me tenía atrapada. Y aunque éste Buenos Aires quiera contagiar miradas cansadas y tristes, no me dejaré contaminar. Mi tarea es payar, sí. Payar emociones, alegrías, chistes, anécdotas divertidas, amor en concreto, caricias y besos. Payar para no infectarse del mal humor, del desamor, de la anti solidaridad. Payar para no olvidar que estamos vivos y que vivir es hoy.   


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