miércoles, 9 de noviembre de 2016

Escaleras a tu Amistad


Así es, me contaron que era un lugar de infinitos pisos. Que la fachada era fluorescente y que las salidas de emergencias eran de siete colores. Una tarde decidí ir a conocerla. Dejé mi bici en el hall de la entrada. Apenas entré pude sentir el aroma a jazmín y la sensación de haber estado allí antes. No tenía ascensor, solo escaleras. Subí un piso y abrí la primera puerta que encontré. El lugar rebalsaba de caramelos, chocolates, muñecas, bombuchas y muchas fotos familiares. Oí el eco de la voz de un niño que repetía una y otra vez: “Piedra libre para todos mis compañeros”. En una mesita habían pulseras, plantines y un letrero que decía:  “Negocio Paqui y Ju: Los mejores precios”.    
El segundo piso estaba empapelado con posters. La música se podía oír en todo el ambiente. Un repique de bombo, una guitarra y un violín componían una hermosa melodía. A lo lejos retumbaba la voz de una mujer y se sentía la hermosa brisa que dejaba el revoleo de su poncho en el viento. Por el fondo se escuchaba un recital y sobre un pequeño mueble sonaba una radio. Creo que era Radio Nacional. De los parlantes salían palabras que flotaban. Tardé un poco en hilarlas hasta que formé una frase: “Sole te queremos. Ayelén y Camila de Mataderos”.
Ya en el tercero, mi apetito se abrió cuando encontré Lemon Pie, torta de manzana, pastafrola y todas las cosas ricas que se puedan imaginar. Todo era casero. Alguien con sus manos lo había hecho con mucho amor y dedicación. O tal vez, como una especie de juego de niñas, cocinó para todos. En el silencio se escuchaban ladridos. Me acerqué lentamente para ver de dónde venían. Era de una habitación rosa, en ella se festejaba el cumpleaños de una mascota. Ví que había un alfajor con una pequeña vela en la superficie. Era tan bonito ver la felicidad de esos perros y lo libres que eran.
El techo del cuarto piso estaba teñido de historias de amor. La adolescencia le había pegado fuerte. Un heladero, un compañero del turno tarde y muchos “Diegos”. Las bicicleteadas por el barrio estaban plasmadas en cuadros con movimientos. Reflotaban corazones sobre un libro de terapia cognitiva y mariposas sobre otro de Piaget.
En el piso de arriba había una agencia de viajes. Promociones al norte y sur argentino, al gran Perú y a la hermosa Bolivia. Encontré una caja con fotos. Eran de momentos felices. Fue ahí que algo me hizo recordar a ese Cafayate con amigas, o a esa Tilcara carnavalera.
En el último piso me di cuenta de todo. Esas escaleras me llevaban a vos. Nuestros patines de cuatro ruedas estaban sobre un mueble, intactos. Fué duro acordarme de tu mudanza y de los sueños que dejamos en la infancia. Crecimos cultivando mil valores. ¿Será que nuestro destino era cruzar esa calle? La calle que nos separaba y nos mantenía jugando en otras veredas. Te aseguro que hoy la volvería a cruzar, con mis 28 años, sólo para abrazarte amiga. Decirte que por más que pasen las primaveras, nuestra amistad no pasa de moda.
No pude evitar subir a la terraza del lugar y que se produzca el encuentro tan esperado. Hoy sos toda una mujer y yo también. Puedo ver tu mirada empapada de conocimientos. Tu esencia sigue siendo la misma y tus sueños también. Pero lo más importante, es que este amor de amigas no tiene final. Todos los días deseo un escalón más para seguir construyendo una escalera a tu amistad.


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