martes, 24 de mayo de 2016

Hoy: “Tu Oportunidad”

Todos alguna vez fuimos canción, silencio, alegría, suspiro, egoísmo, mentira, amor, secreto. Jugamos a ser abogados, maestras, carpinteros, cocineros, papá y mamá. Muchas veces hemos llorado, amado, abrazado, besado. Pintamos la ciudad o el campo de colores, la playa o el desierto en tonos claros, el río y la montaña de verde muzgo, las nubes azules y el sol amarillo.  
Pero todo los días me pregunto: ¿cuándo seremos capaces de salir a la vida animándonos a ser oportunidad?. Y hablo de ella como algo que no hay que dejar pasar. Sin miedo largarse a un sin fin de vértigo que es lo cotidiano. Qué lindo sería ser un cielo donde la estrella fugaz no termina de pasar. Y allí es donde los otros se quedan, apreciando esa belleza muy nuestra, sin dejarnos ir. Siendo una oportunidad única e irrepetible en ese cielo, en ese momento y con esa luz. Dejar que descubran nuestros más preciados secretos, deseos y pasiones. Desnudar nuestra alma sin miedo al sufrimiento. Jugarse todo.

No hay una escuela que nos enseñe a vivir, hoy más que nunca somos el reflejo de nuestro ser. Las acciones, los pensamientos y la locura de uno marcan el camino. Y el destino nos espera en cada puerta, en cada risa, en cada abrazo perdido. No seamos egoístas con nosotros mismos por el miedo a caer. La oportunidad de ser oportunidad para otro y para nosotros es hoy.     


viernes, 13 de mayo de 2016

Días de Puro Amor

Hay días que exploto de amor. Muero en un sin fin de impulsos locos. El romanticismo recorre mi cuerpo y me vuelvo cursi. No puedo no mirarte e imprimir en mi mente tu figura las veinticuatro horas del día. Te leo, te escucho y pienso en el próximo encuentro.
Trato de serenarme escuchando la melodía que irradia mi corazón cuando te recuerda. Silencio y más silencio. Calma. Abro las ventanas para que entre el sol y la brisa que ha dejado tu perfume en mi jardín. Los días se han vuelto coloridos porque tus besos de acuarela pintaron las flores. Espero tu regreso con ansias.
Me siento libre, plena y feliz sabiendo que él también piensa en mi. El amor se renueva como la lluvia, como la tierra y la templanza del encuentro me mantiene entretenida.
¿Cómo haremos para descubrirnos entre la multitud de hojas que este otoño frío ha dejado?, ¿cómo voy a reconocerte después de tanto tiempo?, ¿Quién será el responsable de abrigar al otro con el primer abrazo, con la primera caricia?.
Y cuando me hablan o preguntan por vos yo me derrito. Me vuelvo niña en un abrir y cerrar de ojos. Y se me confunde si soy amiga o amante. Si somos más que una charla, más que esos besos que nos dimos.

Alma mía dudo que haya sido solo un momento de cariño y le pregunto una y mil veces a la luna si fue amor. Pronto seremos nosotros, vos y yo. Solos. Las estrellas nos acompañarán y todo será perfecto.  

   

miércoles, 11 de mayo de 2016

La Noche de la Epidemia

Era una noche espantosa. Las niñas pensaban que su paseo sería por San Telmo, pero el rumbo del transporte número ocho nos habría dejado en la zona del Caballito. Apenas bajamos de la carroza pública, avistamos un tipo maduro, de anteojos extremadamente gruesos, vestido de negro y con aspecto raro. Caminamos, solo caminamos y a la media cuadra, aquel hombrecillo mostró su miembro insignificante. La pequeña inocente, rizos dorados, fue quien dijo: - Solo estaba orinando, no hay de qué preocuparse.
Continuamos con nuestra andanza. Avistamos un bar lleno de masculinos y entramos. Nuestros cuerpos llamaron la atención hasta que apareció el mozo. No pudimos evitar mirarlo, el muchacho era hermoso. Su cabello era oscuro, sus ojos marrón claro y su piel blanca. De su boca carnosa salieron las siguientes palabras: - Damas ¿en qué puedo servirles?. Las niñas solo pidieron café, lágrimas y cortados. Sentimos vergüenza frente a la mesa de los masculinos que rebalsaba de alcohol.
Más tarde, nos acercamos al lugar Siete Disco. Ya casi al llegar, nuestras miradas reconocieron aquel rostro y su terrible bragueta semi baja. No habíamos podido olvidar su miembro reproductor, su diminuto artefacto. Era él, otra vez. En esta oportunidad, fue la niña del corte Carré la que replicó: - Es un malevo, rufián de las calles porteñas, depravado de los puentes. Ante semejante acto de exhibición, lo único que sentimos fue pena por ese pobre sujeto, hundido en su anonimato.  
Era hora de entrar. Divisamos a una prostituta de nuestros tiempos, con una amiga santulona y un marica de su mano. Niña dientes de garra trató de localizar al bandido de Bonanza, pero nada sucedió.
Una vez dentro del oscuro lugar, vacío por la epidemia, vacilamos de piso a piso. Nos esparcimos por el lugar. La niña Paloma Prevención, subió unos pocos escalones hasta llegar a un entrepiso donde se encontró con un sheriff de la noche. Ella le preguntó: - ¿Tú eres un hombre fiel?. Lamentablemente, todas las respuestas eran negativas y su ilusión cayó de un precipicio al entender que la respuesta no era lo que ella esperaba.
La niña del Yoga y la niña Carré avistaron a un pelilargo y lamentaron su fealdad. Desearon nunca tener que bailar algún vals con él. Como un torbellino, la pequeña Dientes de Garra formó las horrendas parejas. Un muchacho de sobrepeso, escuchó las historias falsas que la niña Paloma Prevención tenía para contar. Todos sus cuentos eran acerca de niños calvos. La niña no paraba de parlar. Un muchacho flaco y la niña de rizos dorados entablaron una larga conversación. Desgraciadamente, a la niña del corte carré le tocó vivir aquel vals no deseado con el hombre de clinas largas.
Pasaron las horas y la noche se volvió mañana. Recuerdo la pista vacía, la poca gente bailando, riendo y conversando. Nadie besaba, solo unos pocos se abrazaban. El pánico, que sembraron los diarios acerca de la epidemia A, fué el detonante para pasar una noche ideal.

BASADA EN UNA HISTORIA REAL


martes, 10 de mayo de 2016

Entre enanos verdes

Y un domingo a la mañana tomé el micro, acompañada de dos bellezas. Yo esperaba algún niño despampanante de acompañante, pero ahí estaba él, aparentaba unos 70 años, tenía pelo canoso y balbuceaba algunas palabras. Unos asientos más atrás se encontraba su nieto, una criatura de pelo largo y flatulencias hediondas. Mientras cruzaba algunas palabras con el señor, escuchaba risas macabras. Eran de las pequeñas niñas del asiento trasero. Un poco más tarde me enteré el por qué y reí yo también.

Luego de varias paradas, Santa Teresita, San Clemente del tuyu, La Lucila del mar, anclamos en San Bernardo y nuestro paradero fue Mariza´s residence. El sol brillaba a más no poder, pero apenas bajamos del taxi se nubló. Luego de nuestro registro en el hotel, las ganas de ir a la playa seguían intactas, es por ello que salimos para allá.

Llegó la primera noche. Una Morena nos esperaba en la parranda y bailamos hasta el cansancio. A la madrugada, volviendo a nuestra caverna, se aparecieron algunos enanitos verdes con ganas de conceder algunos deseos. Me extrañó sus apariencias, algo extrovertidos e inquietos.

Nuestro segundo día fue inimaginable. Conocimos a Leo, aquel impostor valiente que desbordaba de goma, con su seguidor karateca preguntón, otro goma al mango. En el quincho, horas más tarde, los tres mosqueteros comían pilas de pizza y tomaban gaseosa. Ñacañaca coyote, apenas se escuchaba por debajo de las voces del futbolista y el chapero. Esa noche todo nos pareció Chico, algunos vagos charlatanes nos robaron un baile. La noche estrellada se tiñó de palabras, palabras y palabras. Solo la niña del yoga alivió su garganta con un trago ajeno.

Nuestro tercer día fue en la playa. Córdoba copó San Bernardo con un mate naranja y un tejo. Aparentaban ser niños grandes, pero la mentira era una especie de confortable vicio y  sus edades fueron 20 y 21. Una especie de albino conversaba con la pequeña rizos cuando apareció Leo y Chaqui-Chan. La noche se acercaba. En el quincho de la discordia conocimos a cuatro niñas. Eran encantadoras, pero raras.

Los tres mosqueteros y su tentativa invitación a la playa fueron un éxito, pero no para mí. Ahí fue donde mi carré se sintió agredido. Eso me incitó a huir al hotel. El marido de Mariza me esperaba con su regadera de todas las noches. Él me vio entrar a la habitación, me vio llorar de un ojo, me vio correr despavorida. Ya en la habitación esperaba a mis colegas. La basura de la playa había penetrado mi córnea y el ojo estaba irritado. Por fin cayeron. La discusión se tornó un poco tensa. Rizos quería ir a la bailanta, pero el ojo estaba que explotaba. – Con estos changos no voy, agredieron a mi carré. Fueron mis palabras. La niña dientes de garra gritó: - Yo me quedo, por el honor de Carré. Pero en unos instantes fui la primera en vaciar el guardarropas y caminar por la avenida. El camino fue Eterno a la bailanta. “La balada de los cordobeses y el enojo del platense” fue el lema de la noche. La pequeña rizos nos dio una enorme sorpresa. Pasó caminando a mi lado con uno de los enanitos verdes. Ella, había pedido uno de los tantos deseos. Lo único que dijo fue: - Su nombre causó un impacto en mi corazón.

Dientes de garra se paseaba con un niño morocho con piernas hábiles para el fútbol. La niña del yoga se disputaba entre la sangre verde de un enanito y el bronceado cordobés que particularmente llamaba la atención en ese momento.

El miércoles fue un día agradable. Paseamos por la plaza invadida de artesanos y hippies que mostraban su trabajo. Algo se escuchó horas antes: - Pulseras, tobilleras y alta resaca. Fueron las palabras de uno de ellos al vernos durmiendo boca arriba en la playa.

Ese día, no muy convencidas, fuimos a un club que decía tener sol. Rizos desbordaba de mal humor (el lugar no era grato para ella). Dientes de garra bailaba y paseaba con su pandilla porteña. Carré buscaba una gomita de pelo y a la bola cordobesa. Y la niña del yoga nunca pensó que conocería al chico “mi hermano y yo”, aquel morocho con el cual bailó apasionadamente mientras el ya casi blancuzco cordobés miraba de reojo. De entre la multitud, se oía una frase “yo me voy a la mierda”.

Al otro día, en la playa, un pelotazo rompió con toda la furia nuestro hermoso termo, yo estaba enfadada. Fuimos a pedir limosnas a unos changos que nos tomaron el pelo. Más tarde la solidaridad se hizo presente en frente de nuestras narices. Cabezas calvas y lentes negros. Eran la prevención, eran la ley. Nos dieron mates, defensa personal, malabarismos y algunas cosillas más. Nuestros cuerpos estaban cansados, pero ese festín Eterno no podía acabar. Partimos a la noche loca. Antes de llegar al lugar, se nos cruzó una Zorra. Esa fue mi noche, lo admito. No vi a ninguna de mis colegas por un largo rato. Entre brazos y brazos me encontraba y mi cuerpo parecía embrujado. Quizás, algún caramelo borracho de los enanitos verdes fue la razón de mi locura. Buscando a las niñas, un bailarín extasiado movió mis pies cual si fueran lombriz y caminando un poco mareada encontré a niña dientes de garra. Ella, danzaba con uno de los mosqueteros. En ese momento, apareció el chico “Hércules vigila”, al cual embauqué en una mentira piadosa. – Yo solo bailo en este lugar. Creyendo semejante cosa, el chiquillo sólo pidió mi número.

Yo movía mis pies, y no con el bailarín, sino con rizos dorados. No paraba de mostrar su sonrisa, hasta que un líquido empapó su cabeza y salpicó mis brazos. Solo pudimos ver la espalda del perverso Chapa, quien fue capaz de cometer ese acto macabro y despiadado. ÑacaÑaca coyote estaba sorprendido. Su brother nos había agredido. Hoy no había hecho su ronda de tequilas, por eso nos acompañaba con su grata presencia.

A la niña del yoga no se le vio el pelo en toda la noche. Horas más tarde, tomé la mano de un morocho y lo llevé a los suburbios para tocar sus labios. Un viejo amigo chico bailaba junto a dientes de garra y remaba una canoa. Yo silbaba para pasar desapercibida pero él me encontró y siguió remando conmigo. Ya asfixiadas de tanta tiniebla, salimos a la luz del día. Allí, me esperaba un niño Paco Estrella. Él se puso a parlar y me sacó alguna sonrisa. Le gustaba mi carré. Me alegré de haber encontrado a la niña del yoga afuera.

En la habitación y de madrugada, reunida con las niñas, se oyó: - ¡Carré! estás re copete. Esa mañana, con la niña del yoga, fui a la playa a tomar color. Fue un día muy raro. Un hombre Yeso se acercó y tomó una foto de nuestros cuerpos. Aprovechó el momento para hablar de su vida pasada lujuriosa y su presente desgraciado. Más tarde cayeron las otras niñas junto al trío “tengo novio”. Nos encontraron parlando con el chico “Hércules vigila” y su amigo “brazos fuertes, clinas largas”. En la penumbra de la hermosa noche, una de las niñas cayó desmayada en la cama de la habitación y ya no pudo despertar hasta el día siguiente. El resto bailábamos en un lugar Chico, invadidas de Nachos. Dientes de garra confesó haber tumbado a un pequeño gimnasta y rizos habría parlado con uno de los Nachos muy parecido a un ex chango.

El sábado llegó corriendo y los pañuelos fueron los protagonistas. Por la tarde aparecieron aquellos muchachos. La niña del yoga desapareció por un rato. Dicen las malas lenguas que fue a revivir momentos con el niño “mi hermano y yo”. Dientes de garra aprovechó para comprar un poco de “verdura”, quizás un poco de apio, ciruela para mover el vientre y algo de naranjas para colorear sus pálidas mejillas. Luego se juntaron para saltar en un pogo paranoico junto al viejo amigo chico. No faltó la idea de un fogón fallido en la playa un poco más tarde. Guitarras, pañuelos y monólogos fueron las estrellas de la noche. Yo volaba de fiebre, temblaba. Quedamos dos y dos, dos dividido dos = uno. Un paralítico caliente quemaba nuestros ojos. Los pañuelos nos dejaron ciegas.  

Siete días habían pasado de nuestra llegada a San Bernardo. Ese domingo reposé casi todo el día, mi cuerpo estaba caliente. A la tarde montamos animales. Cabalgamos hasta más no poder. A rizos dorados se le pegó una garrapata a su oreja derecha, que le sugirió varias ideas para montar a su caballo. Oscureció y en el baile mendocino me perdí una vez más, como una niña voladora. Uno de los enanitos verdes había embrujado a dientes de garra, la había obnubilado. Me pareció raro que la niña del yoga no tenía a nadie para agregar a la sagrada lista. Ella me engañó. Al llegar a nuestra guarida, rizos dorados me pidió que la acompañara a desayunar con Leo y su amigo alto huevón. Fui a pasar un mal momento, ya desde la partida del hotel, ChaquiChán gritaba: - Leo, Leo, Leo, Leo. En la esquina de San Bernardo y Chiozza se encontraban desayunando el grupo cordobés con los cuales hubo un cruce de palabras. La frase que sobresalió al entredicho fue: - Albino, tomá sol! Un poco avergonzada por los actos del grandotote, me volví al hotel.  

Se acercaba el día de nuestro regreso. Invitamos a salir a las niñas raras. Cenamos y partimos con la Morena. Alenté a la muchedumbre a mover sus huesos con una canción Gildesca arriba del escenario. Afuera, la masacre de las gotas que no paraban de suicidarse nos incitaron a salir. Un cántico se escuchaba en las calles de San Bernardo: - Dale Marisa, Marisa y dale Marisa, Marisa. Corrimos bajo la lluvia hasta llegar a nuestra guarida. El marido de marisa se excitó viendo ocho cuerpos mojados. – Me pica el bagre. Rizos y la niña del Yoga fueron a comprar provisiones. Cruzamos unas palabras con las raras y caímos desmayadas en las camas.

Al otro día, todavía algo húmedas por la tormenta, fuimos a ver el mar. Estaba algo revuelto y molesto. En todo momento teníamos que mover nuestro campamento por la subida de la marea. Más tarde, jugamos un rato con niños más pequeños. El trío Junín, simpáticos y amables, llenos de energía. No va que giro mi cabeza para acomodar mi carré y ya nada era lo mismo. La niña del yoga había desaparecido. Horas más tarde, Eterno fue mi suspiro al pensar que sería una noche de corridas, robos y estragos. La propuesta fue excelente, recorrer todo el terreno de barra en barra bebiendo hasta el amanecer. Pero solo la niña del yoga aceptó la invitación. Las corridas fueron un éxito. En busca de una Pronto nos vimos. El plan era distraer y actuar, pero fallamos. A las mareadas nos pusimos a mover el cuerpo junto a rizos que olía a perfume de enano y a dientes de garra que también apestaba del mismo olor. Yo, salí en busca del chico de la cola y lo encontré. Era una especie de gigante pie grande, inocente y miedoso. Le enseñé a besar. Ya cansada de jugar a la maestra, salí en busca de mis compañeras. Avisté a la niña del Yoga tirada en brazos ajenos y a dientes de garra rodeada de olor a verdura. A rizos no la vi. En medio de todo el tumulto, mi cabeza daba vueltas y ellos estaban también allí. La bola, el albino, el morocho blanco y el alto piola. Enseguida me abalancé sobre la bola y pedí explicaciones. Nada de lo que dijo me interesó, yo solo quería bailar hasta el final. Caminando para el hotel, la pobre niña del yoga iba en brazos de dientes de garra que no se podía sacar a Verdura de encima. Y como un caballero, el Morocho Blanco nos acompañaba con su presencia.

En la residencia de Marisa, armamos nuestras valijas y desayunamos con ÑacaÑaca Coyote, quien se sinceró con nosotras: - No se que le pasaba al Chapa, siempre nos trae problemas. Yo hice un mural en su patio y después me puteo.

Ese era nuestro último día en San Bernardo. Como ningún otro, el calor era especial y nuestros cuerpos no daban más. En la playa, frente a semejante fuego, la pequeña rizos decidió sacar su vestimenta para quedar en ropa interior por falta de traje de baño. Tomamos un par de fotografías, almorzamos y partimos para la terminal.

Las vacaciones fueron un éxito. Sin embargo, nunca nos hubiésemos imaginado que todas probaríamos aquellos dulces envenenados de los enanitos verdes.


BASADO EN UNA HISTORIA REAL




lunes, 9 de mayo de 2016

Fuego de boda

“No estoy pudiendo dormir” dijo ella en un momento de la tarde. Todos sospechábamos cuál era el motivo de su insomnio. El chico del otro lado del río no solo había robado su corazón, sino que también parte de su ensueño.
Ella siente, sonríe y se alivia cuando llegan sus palabras de amor. Ella no para de pensarlo. Todos los días desde aquel día que se fue, oye una voz que le dice: “Fue amor y nació del fuego”.
Esa noche, tocó su pelo, sus hombros, su espalda, sus labios. Pero también su alma. Historias de viajes, proyectos y aventuras son las que encendieron de a poco la hoguera. Ambos pusieron el combustible suficiente para que la noche sea perfecta. Entre carcajadas y risas pudieron entrever sus infancias y sus deseos de crecer viajando por el mundo. A través de su mirada, él borró todo prejuicio que ella traía en una bolsa de recuerdos. Se mostró tal cual es, algo altanero y seductor. Un galán que supo conquistar su mirada y que desnudó su alma en unas horas.  
Fueron la envidia de la fiesta, el suspiro de la boda, la belleza de la luna y el calor ardiente de una noche fría.

Hoy lo espera, lo busca, lo recuerda. Él le repite todo el tiempo que es una mujer increíble, mientras ella cree que el aire no le es suficiente para respirar sin su boca. Ella acá y el allá, del otro lado del río. La llama ya está encendida, ella puso los fósforos y él hasta el día de hoy no deja que se apague.  


Una de la familia Nilsen

Todo era tranquilidad en la habitación rosa. En las paredes se podía ver un empapelado que hacía contraste con el mismo color y desde el techo colgaba una lámpara en forma de globo aerostático. Una de las niñas se encontraba comiendo Ferrero Rocher, mientras la otra tocaba una horrenda melodía en el piano.
Repentinamente el señor Labios de Culo tomó las riendas de la batuta. En sus manos tenía un cinto nuevo con el cual amenazó a las hermanas Nilsen. Sin vergüenza, bajó sus pantalones y sentó su trasero sobre la cama de la Nilsen Menor.
Nada explicaba la reacción del grandotote. Risas, gritos y varios alaridos se escucharon esa tarde en la habitación. Al sacar al pobre tipo al pasillo, éste volvió a entrar por la fuerza y desató un horrible gas. Ante semejante horror, la hermana Nilsen mayor decidió tirar un aerosol sobre la piel del muchachote. Éste no sintió nada, solo un perfume a rosas en el aire.
Luego, su piel comenzó a sentirse irritada, de sus ojos se desprendían algunas lágrimas y su frente se veía deformada por la hinchazón de una enorme vena. Frente a semejante ataque, el tipo con labios en forma de culo huyó despavorido. No pasaron unos minutos, él estaba de nuevo allí, parado justo al lado de la puerta de madera. Tomó venganza con un aerosol masculino que echó sobre las hermanas Nilsen.
Los olores inundaban el lugar. Las hermanas Nilsen y el tipo de labios anchos no podían respirar. Una nube de desenfreno no solo envolvía sus cuerpos sino también sus almas. Al quedar todo en silencio, los ventiladores apaciguaron las aguas lentamente y con sus miradas se dijeron todo.


BASADO EN UNA HISTORIA REAL



Batalla en la casa congelador

Se hacía la noche y todo parecía estar demasiado tranquilo en la casa congelador. La vivienda se encontraba ubicada en el humilde barrio de Mataderos. Era enorme, de dos pisos y una escaleras de madera que separa la cocina del garage. Las pequeñas hermanas Nilsen jugaban en la tenue habitación rosa. En ella, se podía sentir el frío en todo su esplendor. De las paredes empapeladas colgaban algunos portarretratos y sobre un mueble blanco se podían observar horrendos souvenirs viejos.
En un silencio de misa, irrumpió aquel muchacho de gigantes labios y cabello negro semi ondulado. Lo único que él quería era usar una pequeña caja interactiva, que se encontraba sobre un escritorio dentro de la habitación.
Las hermanas Nilsen, al ver su cara poderosa en la puerta de su cuarto, enfurecieron. No bastó con chequear sus cejas y su vestimenta para saber que él no era grato en ese lugar.
La señora Autoridad, yacía en la cocina, tomando café con su invitada. El señor Bigotes se encontraba dibujando números frente a una pila de papeles, papeles y papeles.
En el piso superior, un portazo evitaba que el señor labios de culo entrara a la rosada habitación. Gritos y más gritos se escucharon. En un ataque de ira y cólera, el muchacho despedazó figuras bizarras que se encontraban pegadas en la puerta del lugar. Tomó una cartuchera de la hermana Nilsen menor y unas zapatillas de la Nilsen mayor y las arrojó por la ventana del fondo de la helada casa.
Luego de insultos desagradables y terribles amenazas, el silencio se hizo presente una vez más. Las hermanas, aterradas por la situación, decidieron poner cerrojo a la puerta. Minutos más tarde y esperando la acción, dieron acceso y esperaron pacientemente al destino. Nada se oyó. Repentinamente, una mano violentamente se hundió en el busto blanduzco de la hermana Nilsen mayor. Comenzaron los forcejeos y llantos. Dicen las malas lenguas que el muchacho estaba pasado de rosca. Un estruendo se oyó seguido de un empujón. Pedazos de vidrio yacían en el piso de la habitación. Un esmalte se había hecho trizas contra el suelo.
El muchachote aplastó su trasero en la silla y puso su cara frente a la pantalla cautivadora de la caja interactiva.
El plan macabro de venganza se estaba llevando a cabo lentamente. - La pequeña rulo sabrá lo de las fiestas navideñas, de ésta no te salvas. ¡Insolente desgraciado!. Esas fueron las palabras de la Nilsen mayor, quien se encontraba aún con la sensación de tener un agujero en uno de sus pechos. Tomó su pequeño e insignificante artefacto telefónico y comenzó a escribir barbaridades que ni ella creía y amenazando al señor labios de culo dijo: - La carta virtual será enviada a la niña rulo sino te retiras de nuestra habitación.
Con una locura infrahumana, el muchacho dio unos fuertes pasos hasta llegar a la hermana, con la que forcejeó hasta el cansancio. En el último intento de hurto de aquel aparato, la carta se envió accidentalmente. Del rostro del tipo comenzaron a caer gotas saladas, miento si digo que eran lágrimas porque no lo sé. La hermana Nilsen menor, como una especie de María Magdalena, lloraba junto a su hermana pecho y medio.
Varios pasos retumbaban en la escalera. La señora Autoridad y el señor Bigotes subieron rápidamente. Los ojos de Autoridad eran de furia pura al ver la pintura derramada sobre el piso de parqué. Bigotes no dijo nada, sólo alcanzó a reir un poco.
Finalmente, la batalla había sido ganada por las hermanas Nilsen.

BASADO EN UNA HISTORIA REAL.


Al Lejano Chico de Barba

      Hoy decidí salir semidescalza, bajo la lluvia, en busca de un cuaderno para comenzar a escribirte. Y no me importa lo que pase, seguiré el sueño de un amor improvisado. Un amor que no se si será. Pero como te dije en su momento, todos merecemos palabras de amor. Si han sido pocos días, pocos besos, no me importa.

       Dicen por ahí que mirando el cielo se achican las distancias. Es por eso que quizás mire el cielo todas las noches para recordarte. Tus caricias, tus besos, tu sonrisa, tu cuerpo. Estoy segura que no fue casualidad, que sin querer te cruzaste e hiciste que me sienta mujer otra vez. Con tan poco lograste que se vuelvan a iluminar mis ojos. No dejes que nadie apague tu luz, tu locura. Porque la vida es un sueño cuando el amor llega de verdad. Arriésgate siempre y da todo.

      Y yo acá me sigo preguntando, ¿Cómo hiciste para impregnar tu perfume en mi cuerpo en tan pocos días, tan pocas horas, tan pocos segundos? Sólo puedo pensar que en cada uno de los momentos el tiempo dejaba de correr. Nos jugamos todas las cartas sin conocernos, nos mimamos sin razón alguna. Nos dimos todo lo que no sabíamos que teníamos para dar. Y aún así el tiempo no pasaba más.

     Pienso en vos. Recuerdo tu sonrisa y comienzo a sonreir, como si no estuviese la distancia, como si no existiesen los kilómetros que nos separan. Simplemente me ahogan tus recuerdos.

     Y no todos mis días son color de rosa. Ayer las rosas se escondieron entre arbustos y flores secas. ¿Dónde están que mi vida se desarma?. Y sin ellas me he desvanecido pensando en vos, cuando tu piensas en otra y otro piensa en mi. ¿Por qué nos merecemos esto?. Al menos tengo un lapiz y un papel para escribirte mis deseos, mis ansias, mis anhelos.


domingo, 8 de mayo de 2016

El fortinero antisocial

Nada fue premeditado. La introducción a la gloria fue una viola, una bermuda de jeans y una remera de Gardelitos. En el barrio de Liniers la ternura se empezaba a ver. Recién llegada de un viaje y escondiendo una gran desilusión, aparecía el sol en todo su esplendor.
Atrevido e impulsivo, él se hacía querer. Con su carácter, algo ansioso y antisocial, llamaba mi atención. Todo es magia, todo es revolución en mi.
Quiero llevarte a lo más alto, donde no se diferencian los abrazos de los besos, donde no hay desamor. Quiero verte reir hasta llorar y gritar de la emoción. Quiero sacarte de esta humanidad donde la triste realidad te vuelve pasa de uva y no te deja pensar.
No me dejes caer en lo mundano, enseñame a amar, hazme soñar con la vida, con la música, con las flores, con el buen humor. Prende un fuego y no dejes que se apague jamás.
Muchacho de patillas y remeras embelesadas, robaste un beso de mi boca, tomaste mi cintura y conquistaste mi corazón. Ladrón de besos, no dejes de robar mi alma y pídeme que cuide de tí. Yo haré lo posible para no olvidar tu rostro cada vez que no te veo, haré lo posible para recordar tu perfume, tu piel, tu voz.


Caminando a destiempo

Hoy miré, escuché y pensé otras cosas. Me detuve en el medio de la calle a ver el cable de la luz. Pájaros y palomas se balanceaban unos al lado de otros, esperando que alguno volara para ir todos detrás de él. Seguí caminando por Molina, hacia mi casa. El pasaje es muy atractivo. El aire del barrio tiene un aroma único, de familia y amistad. Las casas son bajas y las calles anchas.
Nuevamente me paré para observar. Esta vez era un grafiti que decía: "feliz cumpleaños para mi gran y único amor". Me puse a pensar: “¿seguirá siendo su amor?”, “¿cuánto dura el amor?”. En ese momento, escuché la voz de un viejo que barría y me gritaba: "¡bonita!, ¡bonita!". Rápidamente quité la mirada del grafitis. El tipo pensó que lo miraba a él.
Seguí mis pasos camino a casa. Hay cosas que no miramos. Jamás le presté atención a los árboles que hay en nuestra ciudad. Sin embargo, siempre trato de cuidarlos, podarlos y arreglarlos para que queden lindos en la puerta de casa. Hoy vi un árbol precioso, con una caída perfecta. Todas sus hojas verdes y sus raíces viejas. Me gustó apreciar esa belleza. Más adelante, vi una casa con dos árboles más. Uno extremadamente arreglado, cortado con forma de hongo a la perfección. El otro era pequeño y con muy pocas hojas. Ambos parecían aprender uno del otro, hablando y chusmeando sin que nadie se de cuenta.  
Entré a mi casa y el perro me recibió. Sentí alegría por él, por su caminata y su andar. Dos semanas atrás, él no podía caminar. Luego escuche a mi viejo decir: “Se murió el disco rígido”. Como si estuviese vivo pensé en el aparato diciendo sus últimas palabras antes de morir: "Adios Daniel, no me olvides".

Por último, vi caer por el buzón de cartas una boleta de servicios. Me intrigó. Quería saber quién fue la persona que la tiró. Corrí a mirar por la ventana, pero ya había desaparecido.


Resentida en la idiotez

¿Y a las mujeres quién nos salva? Si vivimos en la idiotez, cantando y cantando los sentimientos. Envueltas en palabras mariposas que vuelan sin saber a dónde, pero que saben su destino, morir en el camino.
A las mujeres nos llora el alma y ¿quién la puede parar?. Si cuando para, sobrevive la idiotez y volvemos a llorar. La mujer deja ir sus sueños por vivir en un ensueño, del que un día despierta y busca no recordar.
Duele, no solo mi panza. Duele, no solo mi piel. ¿Y quién calma este dolor?. Que el dolor se transforme en enojo. Ya no es bueno llorar por idioteces.
¿Y por qué nadie conserva la pureza de un rojizo sueño sano?, ¿y por qué todo es bajeza?. La mentira siempre gana su partida en el truco. El engaño pulsea a la amabilidad sobre una mesa y ríe al final. Una confusa verdad seduce a la mujer y se entromete en el salón del entresueño.
Calma, calma. Ya no te creo amor mio, ni en los sueños, ni en las palabras, ni en la vida.

Puede ser que algún día vuelva a nacer en tí. Es que no puedo no servir a esos ojos, no puedo no rendirme en tus brazos, no puedo dejar de sentir, o tal vez no puedo dejar de ser una completa idiota.  

Llaves truncas

Un cerrojo y un cartel de clausurado en el pequeño bombeador. Aquel pedazo semihundido ubicado en un costado del frente. Es el que nos obliga a pasar por cosas bellas y otras no tanto, que mueve fronteras y las deshace cuando despertamos. Creador de sueños mágicos llenos de brisa y de sol, llenos de arco iris de amor.
Mis intentos por entrar fueron variando en el transcurso de ochenta y cinco días. Primero aplaudí porque no encontré el timbre, pero no salió nadie. De la forma más natural, comencé a golpear sus puertas y noté algunos rasguños en ellas, comencé a besarlos con desesperación.
Al otro día, volví al mismo lugar y en la puerta dejé un regalo lleno de confianza. En él puse un frasco con diferentes carcajadas, otro con ricos aromas y un último con caricias deseantes. Mi estado era inquieto y acelerado.
Una tarde, decidí pasar por allí. La puerta estaba entornada y quise entrar a curiosear. Alguien se asomó y dijo “No queremos alboroto, aquí solo hay tranquilidad”. Inmediatamente la puerta se cerró. En ella se podía leer un nuevo cartel: “Prohibido pasar, solo personal autorizado” y entre paréntesis “voladores abstenerse”.
Nada de eso me importó y seguí con mis intentos. De la azotea colgué una soga y comencé a subir. Ya en el techo, entré ensueños y bailé un rato en la lluvia descalza. Cuando desperté me di cuenta que dormida había removido un poco de tierra, entonces me dediqué a sembrar alelíes. Millones de semillas cayeron por agujeros, todos mis cuidados fueron sinceros pero ninguno brotó.
Una noche logré entrar a un especie de jardín de invierno. Miré alrededor y encontré una caja llena de cartas y regalos. Mis manos temblaban y mis latidos retumbaban en mi cien. Tomé una de ellas y pude leer: “Clara, como te quiero y te perdono”. Un poco más al final, se repetía una y otra vez la misma frase: “Clara, necesito un poco de tu amor francés”. No pude contenerme y abrí uno de los regalos. Elegí una caja muy pequeña y deteriorada. Era un collar que aún conservaba aroma a rosas. Lo use.    
Creo que ese fue uno de los mejores días, yo era feliz. Esos archivos guardados habían acrecentado mis ganas de entrar. Volví a intentar, esta vez solo le pedí que mirara mis ojos, que en silencio observara el trayecto que habían recorrido y el tiempo que llevaban caminando hasta allí. Le advertí que ellos no lo buscaban pero que lo habían encontrado.
Como un tornado quería arrasar con sus puertas cerradas, sus enormes candados y ventanas enrejadas. Y grité: “Salí, salí, vamos a jugar”. Volví a gritar conteniendo las ganas de volar: “Abrí, te estoy esperando”, “Dale, que la luna es nuestra esta noche”. Corrí catorce vueltas a la manzana gritando insistentemente y ya casi instintivamente me paré en la puerta. Por el agujero de la cerradura susurré: “Es que yo te quiero”. En el silencio, pude escuchar a los grillos repetir lo mismo. Tomé mi valija y partí. Un largo camino a casa me esperaba.

La caminata apachuchó y estrujó mi esponja bombeadora hasta que cayeron decenas de lágrimas. En fin, me di cuenta que ese corazón estaba algo cerrado.

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