martes, 10 de mayo de 2016

Entre enanos verdes

Y un domingo a la mañana tomé el micro, acompañada de dos bellezas. Yo esperaba algún niño despampanante de acompañante, pero ahí estaba él, aparentaba unos 70 años, tenía pelo canoso y balbuceaba algunas palabras. Unos asientos más atrás se encontraba su nieto, una criatura de pelo largo y flatulencias hediondas. Mientras cruzaba algunas palabras con el señor, escuchaba risas macabras. Eran de las pequeñas niñas del asiento trasero. Un poco más tarde me enteré el por qué y reí yo también.

Luego de varias paradas, Santa Teresita, San Clemente del tuyu, La Lucila del mar, anclamos en San Bernardo y nuestro paradero fue Mariza´s residence. El sol brillaba a más no poder, pero apenas bajamos del taxi se nubló. Luego de nuestro registro en el hotel, las ganas de ir a la playa seguían intactas, es por ello que salimos para allá.

Llegó la primera noche. Una Morena nos esperaba en la parranda y bailamos hasta el cansancio. A la madrugada, volviendo a nuestra caverna, se aparecieron algunos enanitos verdes con ganas de conceder algunos deseos. Me extrañó sus apariencias, algo extrovertidos e inquietos.

Nuestro segundo día fue inimaginable. Conocimos a Leo, aquel impostor valiente que desbordaba de goma, con su seguidor karateca preguntón, otro goma al mango. En el quincho, horas más tarde, los tres mosqueteros comían pilas de pizza y tomaban gaseosa. Ñacañaca coyote, apenas se escuchaba por debajo de las voces del futbolista y el chapero. Esa noche todo nos pareció Chico, algunos vagos charlatanes nos robaron un baile. La noche estrellada se tiñó de palabras, palabras y palabras. Solo la niña del yoga alivió su garganta con un trago ajeno.

Nuestro tercer día fue en la playa. Córdoba copó San Bernardo con un mate naranja y un tejo. Aparentaban ser niños grandes, pero la mentira era una especie de confortable vicio y  sus edades fueron 20 y 21. Una especie de albino conversaba con la pequeña rizos cuando apareció Leo y Chaqui-Chan. La noche se acercaba. En el quincho de la discordia conocimos a cuatro niñas. Eran encantadoras, pero raras.

Los tres mosqueteros y su tentativa invitación a la playa fueron un éxito, pero no para mí. Ahí fue donde mi carré se sintió agredido. Eso me incitó a huir al hotel. El marido de Mariza me esperaba con su regadera de todas las noches. Él me vio entrar a la habitación, me vio llorar de un ojo, me vio correr despavorida. Ya en la habitación esperaba a mis colegas. La basura de la playa había penetrado mi córnea y el ojo estaba irritado. Por fin cayeron. La discusión se tornó un poco tensa. Rizos quería ir a la bailanta, pero el ojo estaba que explotaba. – Con estos changos no voy, agredieron a mi carré. Fueron mis palabras. La niña dientes de garra gritó: - Yo me quedo, por el honor de Carré. Pero en unos instantes fui la primera en vaciar el guardarropas y caminar por la avenida. El camino fue Eterno a la bailanta. “La balada de los cordobeses y el enojo del platense” fue el lema de la noche. La pequeña rizos nos dio una enorme sorpresa. Pasó caminando a mi lado con uno de los enanitos verdes. Ella, había pedido uno de los tantos deseos. Lo único que dijo fue: - Su nombre causó un impacto en mi corazón.

Dientes de garra se paseaba con un niño morocho con piernas hábiles para el fútbol. La niña del yoga se disputaba entre la sangre verde de un enanito y el bronceado cordobés que particularmente llamaba la atención en ese momento.

El miércoles fue un día agradable. Paseamos por la plaza invadida de artesanos y hippies que mostraban su trabajo. Algo se escuchó horas antes: - Pulseras, tobilleras y alta resaca. Fueron las palabras de uno de ellos al vernos durmiendo boca arriba en la playa.

Ese día, no muy convencidas, fuimos a un club que decía tener sol. Rizos desbordaba de mal humor (el lugar no era grato para ella). Dientes de garra bailaba y paseaba con su pandilla porteña. Carré buscaba una gomita de pelo y a la bola cordobesa. Y la niña del yoga nunca pensó que conocería al chico “mi hermano y yo”, aquel morocho con el cual bailó apasionadamente mientras el ya casi blancuzco cordobés miraba de reojo. De entre la multitud, se oía una frase “yo me voy a la mierda”.

Al otro día, en la playa, un pelotazo rompió con toda la furia nuestro hermoso termo, yo estaba enfadada. Fuimos a pedir limosnas a unos changos que nos tomaron el pelo. Más tarde la solidaridad se hizo presente en frente de nuestras narices. Cabezas calvas y lentes negros. Eran la prevención, eran la ley. Nos dieron mates, defensa personal, malabarismos y algunas cosillas más. Nuestros cuerpos estaban cansados, pero ese festín Eterno no podía acabar. Partimos a la noche loca. Antes de llegar al lugar, se nos cruzó una Zorra. Esa fue mi noche, lo admito. No vi a ninguna de mis colegas por un largo rato. Entre brazos y brazos me encontraba y mi cuerpo parecía embrujado. Quizás, algún caramelo borracho de los enanitos verdes fue la razón de mi locura. Buscando a las niñas, un bailarín extasiado movió mis pies cual si fueran lombriz y caminando un poco mareada encontré a niña dientes de garra. Ella, danzaba con uno de los mosqueteros. En ese momento, apareció el chico “Hércules vigila”, al cual embauqué en una mentira piadosa. – Yo solo bailo en este lugar. Creyendo semejante cosa, el chiquillo sólo pidió mi número.

Yo movía mis pies, y no con el bailarín, sino con rizos dorados. No paraba de mostrar su sonrisa, hasta que un líquido empapó su cabeza y salpicó mis brazos. Solo pudimos ver la espalda del perverso Chapa, quien fue capaz de cometer ese acto macabro y despiadado. ÑacaÑaca coyote estaba sorprendido. Su brother nos había agredido. Hoy no había hecho su ronda de tequilas, por eso nos acompañaba con su grata presencia.

A la niña del yoga no se le vio el pelo en toda la noche. Horas más tarde, tomé la mano de un morocho y lo llevé a los suburbios para tocar sus labios. Un viejo amigo chico bailaba junto a dientes de garra y remaba una canoa. Yo silbaba para pasar desapercibida pero él me encontró y siguió remando conmigo. Ya asfixiadas de tanta tiniebla, salimos a la luz del día. Allí, me esperaba un niño Paco Estrella. Él se puso a parlar y me sacó alguna sonrisa. Le gustaba mi carré. Me alegré de haber encontrado a la niña del yoga afuera.

En la habitación y de madrugada, reunida con las niñas, se oyó: - ¡Carré! estás re copete. Esa mañana, con la niña del yoga, fui a la playa a tomar color. Fue un día muy raro. Un hombre Yeso se acercó y tomó una foto de nuestros cuerpos. Aprovechó el momento para hablar de su vida pasada lujuriosa y su presente desgraciado. Más tarde cayeron las otras niñas junto al trío “tengo novio”. Nos encontraron parlando con el chico “Hércules vigila” y su amigo “brazos fuertes, clinas largas”. En la penumbra de la hermosa noche, una de las niñas cayó desmayada en la cama de la habitación y ya no pudo despertar hasta el día siguiente. El resto bailábamos en un lugar Chico, invadidas de Nachos. Dientes de garra confesó haber tumbado a un pequeño gimnasta y rizos habría parlado con uno de los Nachos muy parecido a un ex chango.

El sábado llegó corriendo y los pañuelos fueron los protagonistas. Por la tarde aparecieron aquellos muchachos. La niña del yoga desapareció por un rato. Dicen las malas lenguas que fue a revivir momentos con el niño “mi hermano y yo”. Dientes de garra aprovechó para comprar un poco de “verdura”, quizás un poco de apio, ciruela para mover el vientre y algo de naranjas para colorear sus pálidas mejillas. Luego se juntaron para saltar en un pogo paranoico junto al viejo amigo chico. No faltó la idea de un fogón fallido en la playa un poco más tarde. Guitarras, pañuelos y monólogos fueron las estrellas de la noche. Yo volaba de fiebre, temblaba. Quedamos dos y dos, dos dividido dos = uno. Un paralítico caliente quemaba nuestros ojos. Los pañuelos nos dejaron ciegas.  

Siete días habían pasado de nuestra llegada a San Bernardo. Ese domingo reposé casi todo el día, mi cuerpo estaba caliente. A la tarde montamos animales. Cabalgamos hasta más no poder. A rizos dorados se le pegó una garrapata a su oreja derecha, que le sugirió varias ideas para montar a su caballo. Oscureció y en el baile mendocino me perdí una vez más, como una niña voladora. Uno de los enanitos verdes había embrujado a dientes de garra, la había obnubilado. Me pareció raro que la niña del yoga no tenía a nadie para agregar a la sagrada lista. Ella me engañó. Al llegar a nuestra guarida, rizos dorados me pidió que la acompañara a desayunar con Leo y su amigo alto huevón. Fui a pasar un mal momento, ya desde la partida del hotel, ChaquiChán gritaba: - Leo, Leo, Leo, Leo. En la esquina de San Bernardo y Chiozza se encontraban desayunando el grupo cordobés con los cuales hubo un cruce de palabras. La frase que sobresalió al entredicho fue: - Albino, tomá sol! Un poco avergonzada por los actos del grandotote, me volví al hotel.  

Se acercaba el día de nuestro regreso. Invitamos a salir a las niñas raras. Cenamos y partimos con la Morena. Alenté a la muchedumbre a mover sus huesos con una canción Gildesca arriba del escenario. Afuera, la masacre de las gotas que no paraban de suicidarse nos incitaron a salir. Un cántico se escuchaba en las calles de San Bernardo: - Dale Marisa, Marisa y dale Marisa, Marisa. Corrimos bajo la lluvia hasta llegar a nuestra guarida. El marido de marisa se excitó viendo ocho cuerpos mojados. – Me pica el bagre. Rizos y la niña del Yoga fueron a comprar provisiones. Cruzamos unas palabras con las raras y caímos desmayadas en las camas.

Al otro día, todavía algo húmedas por la tormenta, fuimos a ver el mar. Estaba algo revuelto y molesto. En todo momento teníamos que mover nuestro campamento por la subida de la marea. Más tarde, jugamos un rato con niños más pequeños. El trío Junín, simpáticos y amables, llenos de energía. No va que giro mi cabeza para acomodar mi carré y ya nada era lo mismo. La niña del yoga había desaparecido. Horas más tarde, Eterno fue mi suspiro al pensar que sería una noche de corridas, robos y estragos. La propuesta fue excelente, recorrer todo el terreno de barra en barra bebiendo hasta el amanecer. Pero solo la niña del yoga aceptó la invitación. Las corridas fueron un éxito. En busca de una Pronto nos vimos. El plan era distraer y actuar, pero fallamos. A las mareadas nos pusimos a mover el cuerpo junto a rizos que olía a perfume de enano y a dientes de garra que también apestaba del mismo olor. Yo, salí en busca del chico de la cola y lo encontré. Era una especie de gigante pie grande, inocente y miedoso. Le enseñé a besar. Ya cansada de jugar a la maestra, salí en busca de mis compañeras. Avisté a la niña del Yoga tirada en brazos ajenos y a dientes de garra rodeada de olor a verdura. A rizos no la vi. En medio de todo el tumulto, mi cabeza daba vueltas y ellos estaban también allí. La bola, el albino, el morocho blanco y el alto piola. Enseguida me abalancé sobre la bola y pedí explicaciones. Nada de lo que dijo me interesó, yo solo quería bailar hasta el final. Caminando para el hotel, la pobre niña del yoga iba en brazos de dientes de garra que no se podía sacar a Verdura de encima. Y como un caballero, el Morocho Blanco nos acompañaba con su presencia.

En la residencia de Marisa, armamos nuestras valijas y desayunamos con ÑacaÑaca Coyote, quien se sinceró con nosotras: - No se que le pasaba al Chapa, siempre nos trae problemas. Yo hice un mural en su patio y después me puteo.

Ese era nuestro último día en San Bernardo. Como ningún otro, el calor era especial y nuestros cuerpos no daban más. En la playa, frente a semejante fuego, la pequeña rizos decidió sacar su vestimenta para quedar en ropa interior por falta de traje de baño. Tomamos un par de fotografías, almorzamos y partimos para la terminal.

Las vacaciones fueron un éxito. Sin embargo, nunca nos hubiésemos imaginado que todas probaríamos aquellos dulces envenenados de los enanitos verdes.


BASADO EN UNA HISTORIA REAL




2 comentarios:

  1. Buenísima.Me.reí muchísimo jjajaj.pulseras.tobilleras y alta resaca.jaja.Te Olvidaste de poner basado en una historia real

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  2. Buenísima.Me.reí muchísimo jjajaj.pulseras.tobilleras y alta resaca.jaja.Te Olvidaste de poner basado en una historia real

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