Se hacía la noche y todo parecía estar demasiado tranquilo en la casa congelador. La vivienda se encontraba ubicada en el humilde barrio de Mataderos. Era enorme, de dos pisos y una escaleras de madera que separa la cocina del garage. Las pequeñas hermanas Nilsen jugaban en la tenue habitación rosa. En ella, se podía sentir el frío en todo su esplendor. De las paredes empapeladas colgaban algunos portarretratos y sobre un mueble blanco se podían observar horrendos souvenirs viejos.
En un silencio de misa, irrumpió aquel muchacho de gigantes labios y cabello negro semi ondulado. Lo único que él quería era usar una pequeña caja interactiva, que se encontraba sobre un escritorio dentro de la habitación.
Las hermanas Nilsen, al ver su cara poderosa en la puerta de su cuarto, enfurecieron. No bastó con chequear sus cejas y su vestimenta para saber que él no era grato en ese lugar.
La señora Autoridad, yacía en la cocina, tomando café con su invitada. El señor Bigotes se encontraba dibujando números frente a una pila de papeles, papeles y papeles.
En el piso superior, un portazo evitaba que el señor labios de culo entrara a la rosada habitación. Gritos y más gritos se escucharon. En un ataque de ira y cólera, el muchacho despedazó figuras bizarras que se encontraban pegadas en la puerta del lugar. Tomó una cartuchera de la hermana Nilsen menor y unas zapatillas de la Nilsen mayor y las arrojó por la ventana del fondo de la helada casa.
Luego de insultos desagradables y terribles amenazas, el silencio se hizo presente una vez más. Las hermanas, aterradas por la situación, decidieron poner cerrojo a la puerta. Minutos más tarde y esperando la acción, dieron acceso y esperaron pacientemente al destino. Nada se oyó. Repentinamente, una mano violentamente se hundió en el busto blanduzco de la hermana Nilsen mayor. Comenzaron los forcejeos y llantos. Dicen las malas lenguas que el muchacho estaba pasado de rosca. Un estruendo se oyó seguido de un empujón. Pedazos de vidrio yacían en el piso de la habitación. Un esmalte se había hecho trizas contra el suelo.
El muchachote aplastó su trasero en la silla y puso su cara frente a la pantalla cautivadora de la caja interactiva.
El plan macabro de venganza se estaba llevando a cabo lentamente. - La pequeña rulo sabrá lo de las fiestas navideñas, de ésta no te salvas. ¡Insolente desgraciado!. Esas fueron las palabras de la Nilsen mayor, quien se encontraba aún con la sensación de tener un agujero en uno de sus pechos. Tomó su pequeño e insignificante artefacto telefónico y comenzó a escribir barbaridades que ni ella creía y amenazando al señor labios de culo dijo: - La carta virtual será enviada a la niña rulo sino te retiras de nuestra habitación.
Con una locura infrahumana, el muchacho dio unos fuertes pasos hasta llegar a la hermana, con la que forcejeó hasta el cansancio. En el último intento de hurto de aquel aparato, la carta se envió accidentalmente. Del rostro del tipo comenzaron a caer gotas saladas, miento si digo que eran lágrimas porque no lo sé. La hermana Nilsen menor, como una especie de María Magdalena, lloraba junto a su hermana pecho y medio.
Varios pasos retumbaban en la escalera. La señora Autoridad y el señor Bigotes subieron rápidamente. Los ojos de Autoridad eran de furia pura al ver la pintura derramada sobre el piso de parqué. Bigotes no dijo nada, sólo alcanzó a reir un poco.
Finalmente, la batalla había sido ganada por las hermanas Nilsen.
BASADO EN UNA HISTORIA REAL.

pura verdad
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